domingo, 14 de octubre de 2007

Escenas de nuestra Historia (I)

En estos momentos necesito compartir con todos vosotros, queridos lectores, dos escenas de nuestra Historia. Son dos escenas de verdadera importancia para el transcurso de los años posteriores, para los diferentes capítulos de nuestra novela histórica y que, por añadidura, en nuestro presente resultan de especial relevancia por los debates abiertos y los feroces ataques que envuelven a la Corona y a la misma esencia de nuestra Nación.

La primera escena, el primer texto, nos hace viajar hasta el año 1709. Por aquel entonces, como todos bien sabréis, España se mantenía sumergida bajo una cruenta guerra civil que definiría los destinos de nuestra patria. Por un lado, los partidarios de la implantación de la dinastía borbónica luchaban frente a los defensores de la continuidad de la dinastía austriaca. Fueron largos años de batallas por tierras castellanas que plantarían la semilla de un secular árbol enraizado en lo más profundo de nuestra esencia. Por aquellos años, Felipe V de Borbón escribiría una misiva a su abuelo, Luís XIV, Rey de Francia, señalándole que defendería el trono de España hasta su muerte. El escalofriante documento reza así:

“Tiempo hace que estoy resuelto y nada hay en el mundo que pueda hacerme variar. Ya que Dios ciñó mis sienes con la Corona de España, la conservaré y defenderé mientras me quede en las venas una gota de sangre; es un deber que me imponen mi conciencia, mi honor y el amor que a mis súbditos profeso. Cierto estoy de que no me abandonará mi pueblo, suceda lo que quiera, y que si al frente de él expongo mi vida, como tengo resuelto, antes de abandonarlo, mis súbditos derramarán también de buen grado su sangre por no perderme. Si fuera yo capaz de abandonar mi reino o cederlo por cobardía, estoy seguro de que os avergonzaríais de ser mi abuelo. Ardo en deseos de merecerlo sólo por mis obras, como por la sangre lo soy; así que jamás consentiré en un tratado indigno de mí.

Con la vida tan sólo me separaré de España y sin comparación quiero más perecer disputando el terreno palmo a palmo que empañar el lustre de nuestra Casa, que nunca deshonraré si puedo; con el consuelo de que trabajando por bien de mis intereses, trabajaré al mismo tiempo en obsequio de los vuestros y de los de Francia, para quien es una necesidad la conservación de la Corona de España."

El segundo retazo de nuestra Historia nos obliga a retrotraernos hasta el año 1873. Tras dos incontrolables años de reinado de Amadeo de Saboya, rey extranjero procedente de Italia, éste presentaba su dimisión por la imposibilidad de mantener la estabilidad de España. Su discurso de renuncia es realmente escalofriante, y creo que es uno de los textos de nuestra Historia -al menos de los que yo he tenido ocasión de leer- que más puede hacernos recapacitar a los españoles en estos momentos de marejada. El texto es el siguiente:

“Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males. Los he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.”

Estas dos escenas, estos dos momentos, estos dos jalones, estos dos textos deben ser repasados una y otra vez para entender ciertos males de nuestra Historia. He sentido el impulso de compartirlos con todos vosotros, convencido de que sabréis analizarlos en el sentido correcto. Qué grande y complicada se presenta España bajo estos renglones.

5 comentarios:

Miss Peras dijo...

Queridos, a mí ya no me importa nada ni la juventud de España ni su historia, ni nada porque no me dejan dormir. Hoy he dormido tres horas. A las seis y media me han despertado unos hijos de puta -lo siento Amadópolis, eran jóvenes- que se han entretenido batiendo palmas y poniendo música en el "casé". En Madrid no se puede dormir, es una ciudad en la que cualquier imbécil puede despertar a un barrio entero, y no pasa nada. He llamado tres veces a la policía municipal. Siempre están muy ocupados...
El sueño de los madrileños no le importa a nadie. Probablemente la solución consista en descolgar la vieja escopeta de mi tío y liarme a tiros. Es muy triste llegar a ese punto, pero es una gran verdad o empiezo a matar gentuza, o no me van a hacer caso; y no creais que estoy de broma, os lo digo del todo en serio. En Educación para la Ciudadanía podían haber enseñado a respetar el sueño ajeno, pero están demasiado ocupados diseñando la vida sexual de los niños. Comprenderás, Amadópolis, que en mi estado de nervios me traigan al pairo Felipe V, Amadeo de Saboya, su puta madre y sus dignos descendientes. Estoy harta, y sobre todo muy cansada.

Anónimo dijo...

Lo entiendo, estimada Miss, lo entiendo. Puedes consolarte pensando que tu sensación debe de ser parecida a la que vivían los antiguos romanos por las noches. Desde la época de Julio César se había prohibido la circulación de vehículos por el día para no hacer más intransitables las calles. Así que circulaban por las noches, produciendo ese ensordecedor ruido del chocar de las ruedas de madera contra el suelo empedrado...

Cada época trae sus ruidos. Ahora hay que aguantar a ciertos grupos de jóvenes con esos ruidos de la música o el botellón hasta el amanecer... La verdad es que a mí nunca me ha gustado la práctica del botellón, por lo que nunca la he realizado en las más de dos décadas que he vivido.

Estimada, Miss, no descuelgues la vieja escopeta de tu tío. Trata de descansar a lo largo del día y, si esta noche vuelve a ocurrir, piensa en los antiguos romanos ;)

Un beso.

Anónimo dijo...

Hace tiempo que no quemo vuestros campos peposos y que no los siembro con sal, pero el problema de suscitar desde términos históricos el debate sobre la monarquía creo que no es óptimo. Los borbones pocas veces han luchado por hacer de España un mundo mejor, les ha faltado ilusión y capacidad de contagiar esa ilusión, han sido pretexto de invasiones extranjeras y de un siglo de guerras civiles. La continuidad de la instauración monárquica pasa por ver quiénes están del lado de la democracia y aportan algo y quiénes no. Don Juan Carlos se ha mantenido dentro de su juramento constitucional y aunque muchas reformas deberían introducirse para equilibrar la monarquía dentro de la legalidad, es decir dentro de la posibilidad de control y fiscalización, creo que España no puede permitirse perseguir a los demócratas mientras la impunidad alimenta a los verdaderos enemigos de la estabilidad y la democracia.

Miss Peras dijo...

He conseguido dormir unas horas, así que mis intenciones homicidas han desaparecido. Raro es el problema que no se evapora tras un sueño reconfortante.
El Antiguo Régimen estaba impregnado de un optimista fatalismo: la voluntad de Dios, y tal. Es un mundo que ya no nos toca ni con la punta del ala.
Amadeo fue un buen rey, "el que no nos merecíamos", sentenció Romanones, creo. Su frustrado reinado está más cerca de nosotros. El año 1873 representa esa época de locura cantonal, federal y carlista: como descogorciar un país.
Es la gran desgracia histórica de España: que los chiflados lleguen a alcanzar el poder o cierto poder. Los chiflados son peligrosos. ¿Por qué, entonces, alcanzan el poder? Sin duda porque hay mucha gente corriente decepcionada con la política, sin educación democrática, que preferiere obedecer a crear un mundo propio. Yo misma, esta mañana, harta de que no me dejaran dormir, hubiese votado a favor de una feroz dictadura en la que mi opinión no contara pero en la que empalaran vivos a los que no me dejaban dormir.
Las instituciones o los principios no son nada ni valen para nada al lado de las realidades de los ciudadanos: si no nos dejan dormir, si el sistema electoral es decepcionante, si un piso es quince veces más caro ahora que hace treinta años, si el trabajo es inseguro, si tienen que trabajar dos donde antes alcanzaba el sueldo de uno, entonces es que algo falla. Como en España la comedia democrática y la mediática van a pachas, nos dicen y nos repiten que los españoles estamos felices con las instituciones actuales y que vivimos en el mejor de los mundos. Vaya Vd. a saber... El otro día salí a la calle y había muy pocas banderas españolas en los balcones. Un país en que sus ciudadanos se sienten del todo desvinculados con sus símbolos nacionales, tiene un problema muy serio.

Tío Pop dijo...

A lo largo de la historia han sido demasiadas veces las que hemos asistido a grandilocuentes declaraciones, maravillosas parrafadas y grandes discursos que, a la postre, sólo han sido un bello ejercicio literario o de oratoria. Sus protagonistas han acabado "envainándosela" y demostrando con sus actos lo contrario a lo que argumentaban en sus textos o discursos.

Nuestros históricos monarcas también son pasto de estos fuegos. En fin, que "no me creo ná" y que prefiero a la hormiguita que sin ruido llena su granero que a la vistosa cigarra corista. Ya llegará el invierno, ya.