
Hoy es uno de esos días en los que no encuentro mucho motivo para hablar bien de los míos. El bochornoso espectáculo de Aguirre, Gallardón y Rajoy es imperdonable. A veces pienso si los popes de Génova son humanos, si ven en la calle lo mismo que nosotros y, sobre todo, si tienen los mismos intereses. Muchos de nosotros, las bases, estamos ilusionados con derrocar al nefasto presidente del actual Gobierno en las próximas elecciones y en ello ponemos todo nuestro empeño. Trabajamos en las sedes de nuestro distrito o municipio con el propósito de que un Gobierno serio y coherente, del PP por supuesto, vuelta a tomar las riendas de una España que lo necesita como agua de mayo. Pero ¿qué coño quieren nuestros líderes? ¿Quieren lo mismo que nosotros o simplemente coinciden con ello como medio de satisfacer su desmedida ambición?
Como escribía más arriba, el espectáculo de ayer protagonizado por Aguirre, Gallardón y Rajoy (por orden alfabético) con Acebes de testigo, es bochornoso e imperdonable. Y a cada uno lo suyo, que los tres tienen su culpa. La prensa ya se ha hecho eco enfocando el tema según interesa a cada pluma. Para unos Gallardón ha sido presa de su propia ambición, para otros ha sido la víctima de Aguirre, otros más opinan que Rajoy no zanjó a tiempo las disputas entre ambos y, finalmente, los de siempre vocean a los cuatro vientos una insalvable crisis en la cúpula del PP. Y casi todos tienen razón.
Es cierto que Gallardón siempre ha sido etiquetado como un político ambicioso. Él nunca ha ocultado sus intereses, algo que le honra, pero tal vez haya apuntado demasiado alto cometiendo un pecado de falta de modestia... o de menosprecio de sus rivales y compañeros de filas. Que es un excelente candidato para lo que se proponga es cierto, sus cifras le avalan: cuatro elecciones seguidas ganadas por mayoría absoluta, casi nada. Cierto es también que genera antipatías dentro y fuera del PP, pero son contrarrestadas con las simpatías que a la vez hace florecer. Es bien recibido donde ningún otro líder del PP lo será jamás y ha coqueteado con personas y ambientes impensables para la más rancia derechona que cohabita en nuestro partido. Pesca votos donde ningún otro pepero lo hace. Cometió el grave error, nunca perdonado por las altas instancias del partido, de lanzar a su delfín Cobo a estrellarse contra Aguirre en una candidatura suicida a la presidencia del PP de Madrid. Una candidatura surgida de un cabreo personal, he aquí otro error, y que no fue encabezada por él mismo como debía haber sido. El PP de Madrid les barrió de un plumazo a Cobo y a él en su alocada aventura. Fue el primer aviso de que las zarpas de Aguirre son afiladas. En el Ayuntamiento de Madrid navega con sus pocos incondicionales a los que ha convertido en una guardia pretoriana. Tiene fama de inaccesible y su núcleo duro -Cobo, Calvo y en un segundo escalón Botella, Moreno y algún otro- son los que reparten el bacalao. El resto de concejales son imposición de Génova -ente con vida propia- y Aguirre, omnipresente en cada rincón de Madrid. Con sus pocos apoyos y más antipatías que afinidad en Génova, se ha ido labrando una cierta desconfianza en el seno del partido, una imagen muy distinta a la del típico "hombre de la casa". Aún así, siendo cofundador de nuestro partido y habiendo dedicado más de treinta años a la política en las mismas filas ¿no se merecía un sitio en las listas de Madrid?
Pero el problema no es tan simple. Lo que puede parecer un simple capricho, ser diputado por Madrid, encierra en el fondo un afán de posicionamiento. Mucho me temo que el codazo en la boca del estómago que Aguirre ha propinado a Gallardón obedece exactamente a lo mismo, a querer estar en primera fila para "ser" el recambio natural. Ambos lo desean pero ¿por qué? ¿Se huelen un descalabro electoral y quieren optar desde hoy a la sucesión de Rajoy? Es lícito, sí, pero inoportuno y extremadamente ambicioso.
Aguirre ha demostrado ser una dama de hierro a la española. No está dispuesta a ceder ni un sólo ápice de terreno a nadie. También ella está rodeada de su círculo de fieles pero este es mucho más amplio que el de Gallardón pues cuenta con la incondicional simpatía de las bases que pesan mucho. Su núcleo duro, más reducido, tiene mayor peso en el PP nacional y muchos integran una buena parte incluso de la ejecutiva nacional. Sus apoyos, por tanto, parecen hoy por hoy mucho más firmes.
El lamentable suceso de ayer demuestra que ambos, Aguirre y Gallardón, son dos gallos de pelea -como bien escenifica Xixarro en su post- que no quieren quedar atrás y aspiran saciar su ambición con sillones de aterciopeladas orejas y muy alta posición. En su anhelo no se han parado a pensar si su postura es la mejor para el PP y la más adecuada para un partido que afronta unas generales a cincuenta días vista. Ambos la han cagado. Han mostrado el lado más amargo del político ambicioso y han generado una profunda grieta en la imagen del PP y del propio Rajoy que puede costar muy caro el próximo 9 de marzo. De momento y sin hablar del electorado, han generado en gran parte de las bases -como es mi caso- un descontento nada halagüeño.
Rajoy tampoco ha sabido estar a la altura. El problema se veía venir desde muy lejos y en vez de lamentarse hoy de "la legislatura que me han dado entre los dos" debería haber solucionado el asunto mucho tiempo atrás. Tal vez haya intentado que las aguas no saliesen de sus respectivos cauces... sin darse cuenta que en la cúpula de un partido político existe un único cauce, el del líder, en el que tienen que navegar sin fisuras todos sus subordinados. No ejerció la debida autoridad en su momento y ahora la misma queda cuestionada aún después de haber expulsando a los dos moscones, Aguirre y Gallardón, de las listas de Madrid de un tardío manotazo. En todo caso, en disculpa de Rajoy diré que no debe ser muy agradable contemplar cómo dos de tus peones empiezan a reclamar tu corona... ¿estaré fatalmente enfermo o va a ser un regicidio? Yo le aconsejaría que no se fiase ni de su padre aunque, con seguridad, así lo hará como buen gallego que es.
El panorama se completa con viejas figuras que recuerdan a otros tiempos -Zaplana, Acebes...- y que, hoy más que nunca, cuestiono si deben continuar en primera fila. Sé que los próximos cincuenta días debo -debemos todos- estar ahí, como una piña con Rajoy -lo que no han sabido hacer Aguirre y Gallardón- e intentar ganar las elecciones por el bien de España y de todos los españoles. Pero creo que no estamos en las mejores condiciones para conseguirlo. Y yo hoy, además, no tengo ganas de campaña.